El 31 de octubre comenzará en Glasgow, Escocia, la conferencia de las Naciones Unidas sobre cambio climático (COP 26), cuyo propósito es materializar un compromiso global que impida que la temperatura terrestre crezca más de 1,5 °C para 2050, respecto a la registrada en 1850.
Globalmente, los combustibles fósiles aportan el 80% de la energía que producimos, y existe una relación directa entre creación de riqueza y consumo de energía, muy particularmente en los países en vía de desarrollo. Recordemos que la energía contribuye con el 73% de las emisiones globales, la agricultura al 18% y la actividad industrial al 5%.
Los seiscientos millones de personas que aún no tienen acceso a la electricidad y/o a productos energéticos modernos para uso residencial dependen, más que nadie, del acceso a los combustibles fósiles para poder salir de la miseria. Y es que con las tecnologías actuales, es imposible prescindir de los combustibles fósiles sin aceptar una fuerte caída en el estándar de vida.
Atendiendo a estas razones, y en relación con la cita en Glasgow, es posible dividir al mundo en dos grandes grupos.
Por un lado, el primer mundo, que mediante el uso a destajo de los combustibles fósiles ha alcanzado un alto nivel de desarrollo humano. Este grupo incluye a Estados Unidos y a la Unión Europea. Estos países han logrado desacoplar, en gran medida, el crecimiento económico del consumo de energía.
Por el otro, están los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, grupo de países que para seguir creciendo deberá continuar haciendo un uso intenso de los combustibles fósiles.
El grupo BRICS es el gran emisor del presente y lo sería aún más en el futuro. En estos países, la relación entre el producto bruto y el consumo de energía seguirá siendo muy estrecha en el futuro previsible.
La geopolítica del cambio climático es, esencialmente, el juego a través del cual se busca distribuir el esfuerzo por realizar entre estos grupos, y la guerra comercial entre Estados Unidos y China es otro elemento fundamental en esta ecuación.
Para alcanzar los objetivos de Glasgow, las economías en desarrollo deberían aceptar la pérdida de soberanía y de las libertades individuales de sus habitantes. En Glasgow se tratará “distribuir la carga” entre los diferentes países, para lo cual se esgrimen diversos criterios que se evidenciarán durante el encuentro.
¿Y Argentina?
El país es responsable del 0,6% de las emisiones globales. Aunque un enorme esfuerzo de la nación para abatir las emisiones de gases de efecto invernadero sería prácticamente ignoto en las emisiones globales, ayudaría a disminuir los costos al grupo de países desarrollados.
Asistir al COP 26 con una posición clara y firme para evitar ser sometidos a políticas contrarias a nuestro legítimo derecho a crecer es crucial. Glasgow afectará el futuro de largo plazo de los argentinos y, por tanto, nuestra posición no debe ser tomada por un gobierno en soledad.
Este tema, pese a ser una cuestión de máxima importancia para nuestro futuro, no tiene visibilidad en los medios ni parece tener prioridad para nuestros políticos. Falta menos de un mes para el encuentro, y aún no está en la agenda política del país, en medio de esta interminable campaña electoral.
Me pregunto entonces, ¿cuánto nos importa el futuro de nuestro país?