Probablemente, este sea el tema de mayor importancia en lo que hace al desarrollo de la economía global, de las relaciones internacionales y de las expectativas de vida de las generaciones futuras.
Dentro del concepto Cambio Climático se incluye a una variedad de cuestiones que no tienen una relación estrecha entre sí. Por ejemplo, las cuestiones relativas a la polución ambiental, la extinción de especies y fenómenos naturales como los incendios forestales.
Esta mezcla de conceptos hace muy difícil el avance en el esclarecimiento del tema, y es común también encontrar una visión confusa acerca de cómo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero o, como comúnmente se dice, descarbonizar a la energía.
Existe una posición extrema que exige emisiones cero, lo que es claramente inviable con el conocimiento actual. También están quienes abogan por una reducción gradual de las emisiones, pero esto se contradice con la urgencia manifestada por los expertos en lograr las reducciones en las emisiones de gases de efecto invernadero.
Finalmente, están quienes hablan de “emisiones neutras”: se puede emitir, pero en este caso hay que extraer del medio ambiente una cantidad de gases igual a la emitida. Esta posición es aparentemente más realista, pero el secuestro y almacenaje de gases de efectos invernaderos suponen el movimiento e inyección bajo tierra de enormes cantidades de gases.
En consecuencia, el concepto de cambio climático es muy amplio y poco preciso. La solución para combatir la emisión de gases invernadero pasa por la transición de un sistema energético mundial dominado por los combustibles fósiles, a otro donde las “energías limpias”, verdes o renovables, como quiera uno denominarlas, sean quienes soporten el abastecimiento de energía en la cantidad y calidad necesarias para sostener el desarrollo humano. El camino hacia dichas energías limpias es lo que se conoce como la transición energética.
El proceso de transición energética será necesariamente lento, costoso y a diferentes velocidades según el país del que se trate. Repasaré, brevemente, algunas de estas razones asumiendo el reemplazo de combustibles fósiles por energía solar y/o eólica.
Antes, debemos tener en cuenta que los combustibles fósiles son “energías primarias” y, en algunos casos, “energías secundarias”. Es decir, son formas de energía que pueden consumirse directamente en su estado original o modificar el mismo para muy diversos usos: combustible para vehículos, calefacción, generación de electricidad, producción de coque y, a partir de este acero, plásticos, fertilizantes, entre otros. Para cada uno de estos usos existen aparatos “conversores de energía” en el producto final, y estos aparatos son muy costosos y diversos.
Las energías alternativas, por otra parte, solo sirven para generar electricidad, de modo que la primera etapa del proceso de transición hacia la eliminación de los fósiles debe ser en el sector de generación de electricidad. El reemplazo de los otros usos de los combustibles fósiles directamente hoy no es posible. Más aún, no hay que olvidar que tanto la solar como la eólica son formas de energía “aleatoriamente intermitentes”, aspecto que retomaré más adelante.
Descrita la situación y las restricciones de cada forma de energía, conviene pasar al asesoramiento de los factores que oponen resistencia a la transición.
Un primer factor es el que llamo “demo-geográfico”. Cuanto más extendido es un país, cuanto menos habitantes tiene, cuanto menos concentrados están esos pocos habitantes, más costoso será el reemplazo de los fósiles.
Tomemos el caso de Argentina. Tenemos el 50% de la población en el centro del país, mientras que el resto de la superficie podemos calificarlo como poco o nada habitado, por lo que el reemplazo deberá tener lugar en el centro. Las fuentes de generación solar están en la puna, en el extremo norte del país. Aquí la “heliofanía”, es decir la cantidad estadística de horas de sol por año, es la máxima en Argentina: unas 2.000 horas de sol por año, o sea casi el 23% del tiempo hay luz solar. Para comparar, en Mar del Plata la heliofanía es de 1.790 horas.
Como la energía eléctrica no puede ser almacenada en grandes cantidades a precios ni siquiera moderados, el 77% del tiempo habrá que utilizar energía fósil, nos guste o no. Este concepto, por supuesto, también es válido para la energía del viento.
Volviendo a la puna, habrá que tender líneas de transmisión por no menos de 1.500 kilómetros para llevar la electricidad hasta los centros de consumo. Y como toda infraestructura, su repago depende de su uso: a menos uso mayor es el costo unitario y, por lo tanto, mayor es el costo de la energía en los puntos de consumo.
Pero hemos dicho que son formas de energía intermitentes, es decir que su producción no puede hacerse en una cantidad constante. En las horas del amanecer y del crepúsculo, por ejemplo, la generación solar es muy variable, obligando a acudir al uso de fósiles para compensar tal variabilidad. Lo mismo ocurre en los días de nubosidad variable.
Para hacerlo más complicado, tenemos el factor de simultaneidad: como la generación está concentrada en una zona dada, cuando está nublado la generación de grandes cantidades de energía se cae al mismo tiempo.
Luego tenemos el factor económico: será necesario dedicar enormes sumas de dinero al tendido de esas centrales y de la infraestructura de transporte asociada.
Todas estas cuestiones hacen que las energías “verdes” deban ser permanentemente subsidiadas.
Más cuestiones
Otro factor relevante es la relativa a la ociosidad de la infraestructura “vieja”, la que forma parte de las energías fósiles. Cada país ha dedicado enormes sumas de dinero para desarrollar el abastecimiento energético a partir de las fósiles, infraestructura que debería ser total o parcialmente abandonada.
También hay que pensar en el concepto de seguridad energética: cuanto más se depende de una fuente de abastecimiento, menor es la seguridad de suministro. En el caso de los países que tienen una gran dependencia de la exportación de combustibles fósiles, la transición supondrá un brutal empobrecimiento, con todas las consecuencias propias de esto. A los efectos de este trabajo, basta con las barreras que acabo de mencionar, que no son las únicas.
Volviendo al concepto de Cambio Climático, haré un breve análisis de cada uno de los elementos involucrados en este proceso.
La ciencia del cambio climático
A comienzos de los años 30, se instaló un fuerte debate sobre la “estabilidad del planeta”, a partir de dos posiciones antagónicas. Nicholson argumentaba que el planeta “siempre estuvo en equilibrio” y que el hombre atentaba contra dicho equilibrio. Más aún, aseguraba que “la extinción de las especies es una catástrofe” y, por todo esto, “la actividad humana es la única causa del calentamiento global”.
Inmediatamente se desató un fuerte debate, cuando Elton afirmó que “el equilibrio planetario jamás existió y que el planeta vive en un permanente cambio”, por lo que “la actividad humana no es la causa permanente del calentamiento global”.
La discusión se vuelve rápidamente violenta, trascendiendo el ámbito estrictamente científico. El racionalismo empieza a ceder ante las pasiones que ambas posiciones despertaron.
Los puntos en los cuales se produjo -y se producen- las mayores discrepancias son:
- Desde su creación, el planeta ha soportado 5 períodos glaciares (entre 450 y 70 millones de años atrás).
- Cada período glaciar está separado del próximo por un período conocido como “interglaciar”.
- Los 5 períodos glaciares produjeron mega extinciones de especies, y durante cada una de ellas se extinguió aproximadamente el 70% de las especies que entonces habitaban el planeta.
- Las aguas de los océanos han crecido en promedio 130 metros en los últimos 10.000 años, lo que es propio del período interglaciar en que nos encontramos.
- En las 5 glaciaciones anteriores no solo se produjo la desaparición y formación de cordones montañosos, sino también de mares. Un caso cercano es Neuquén. Fue la desaparición del mar lo que contribuyó a la formación de ese “mar de petróleo y gas” llamado Vaca Muerta.
- En el Eoceno, unos 50 millones de años atrás, la temperatura era 16 °C más alta que hoy, no existían los polos y la tierra estaba cubierta de bosques.
- Una teoría asume que el aumento de la temperatura produce el aumento del anhídrido carbónico (CO2) y no al revés, como dicen los ambientalistas. Esto está en línea con el “efecto Coca-Cola”: un aumento de la temperatura produce la emisión de CO2.
- Hubo un período de calentamiento entre 1910 y 1940 que no puede achacarse a las emisiones, seguido de un período de enfriamiento entre 1940 y 1970. Entonces, ¿qué fue lo que produjo estas variaciones?
Las discusiones sobre estas cuestiones son interminables y rápidamente se alejan de la ciencia. Siempre tengo la esperanza de que se cumpla la opinión de Oscar Wilde: “el que dice la verdad, tarde o temprano será descubierto”.
Para poder organizar un debate sin que se arruine por el exceso de pasión, conviene recordar algunas cuestiones elementales:
- La ciencia no se involucra emocionalmente con ninguna línea de investigación. La ciencia no “cree” algo, investiga.
- La verdad, en ciencias, siempre está en minoría absoluta, pues es el resultado de una nueva comprobación o descubrimiento (Newton, Einstein, etcétera).
- La ciencia no utiliza el consenso como método de comprobación: mucha gente opinando igual no es garantía de certidumbre.
- La ciencia utiliza el empirismo para llegar a la verdad: una hipótesis debe ser ratificada experimentalmente antes de convertirse en una verdad científica.
- Teniendo en cuenta lo anterior, es pertinente recordar la definición de ciencia: rama del saber humano constituida por el conjunto de conocimientos objetivos y verificables sobre una materia determinada que son obtenidos mediante la observación y la experimentación, la explicación de sus principios y causas, y la formulación y verificación de hipótesis. Se caracteriza, además, por la utilización de una metodología adecuada para el objeto de estudio y la sistematización de los conocimientos.
- El escepticismo y la ignorancia son los verdaderos motores de la ciencia y la pregunta es el vehículo.
- Un fenómeno o teoría científica se expone a la crítica de toda la comunidad científica y, si resiste a dichas críticas, pasa a ser una verdad científica, que durará hasta que otra teoría la supere.
- El Anhídrido Carbónico (CO2) es el elemento fundamental para el desarrollo del reino vegetal. A partir del este sabemos que, a mayor concentración de CO2, más rápidamente crecen las plantas.
Holanda pasó a ser el principal exportador de verduras de Europa gracias a gasificar con 900 partes por millón (ppm) de CO2 el ambiente de sus viveros (la concentración actual en el planeta es de 400 ppm). En este caso, 400 ppm significa que, por cada millón de moléculas en el aire, solo 400 son de CO2.
- La teoría del efecto invernadero deja serias dudas desde el punto de vista físico, concretamente en lo que respecta al “estacionamiento” del calor y su posible retorno a la superficie: el calor es energía en movimiento, imposible de “quedar estacionado”, y el calor solo puede fluir desde una fuente caliente a una fría.
Para poner el tema en su lugar, haré una muy breve descripción del llamado “efecto invernadero”, tal y como lo presentan sus defensores. El 10% de las emisiones se deben a la actividad humana: (1) la generación y uso de energía y (2) la producción de alimentos. El IPCC dice que ese 10% es resultado del cambio climático.
Al atribuirle ese 10% a la humanidad, no es posible prescindir de la producción de alimentos y ni siquiera es posible sustituirlos. Tampoco es posible prescindir del uso del acero, o de los fertilizantes o de los materiales plásticos. En consecuencia, el ataque a la emisión antropogénica de CO2 debe hacerse sobre la producción de energía.
Del total de la energía producida, el 75% proviene de los combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas natural. Por lo tanto, la reducción de las emisiones debe lograrse minimizando, o anulando, el uso de combustibles fósiles.
Este reemplazo de los combustibles fósiles por fuentes alternativas de energía, las llamadas energías verdes, no solamente es muy costoso, también necesariamente muy lento.
Tanto la actividad humana como los volcanes, mares, entre otros, intercambian CO2 con el medio ambiente. Según los datos aceptados por el IPPC, el 90% de las emisiones son atribuidas a los mares. Estos son reguladores de la temperatura y absorben o emiten CO2 en función de la diferencia de temperatura respecto al medio ambiente. Es el sol quien cambiando las estaciones decide cuando el agua absorbe o emite CO2.
El fenómeno de efecto invernadero, tal como lo describen sus defensores, sería el siguiente: la tierra recibe energía bajo la forma de rayos solares. Esta radiación tiene un espectro muy amplio, que va del ultravioleta al infrarrojo. La radiación UV tiene más energía (menor longitud de onda), mientras la IR es al revés. En el medio del espectro está la radiación visible, que es la que nos permite ver los colores de los objetos.
Sabemos que todo cuerpo físico recibe y emite radiación: cuanto más claro es un objeto más radiación refleja del total recibido, y por esto en verano conviene usar ropa clara. Solo el cuerpo negro perfecto, que no existe, puede almacenar toda la radiación que recibe -está asociado al proceso de destrucción y formación de estrellas-.
Pues bien, las moléculas de CO2 que son emitidas a la atmósfera deberían terminar difundiéndose en el espacio. Sin embargo, la teoría del efecto invernadero asume que para una determinada concentración de CO2, este se “atora” en la atmósfera.
Pensemos que estamos hablando de 400 moléculas por cada millón de moléculas que existen en la atmósfera y que parece que no pueden seguir su viaje al espacio.
La radiación que es reflejada por todos los objetos terrestres viaja al espacio y allí se pierde, en la inmensidad del espacio vacío. Pero según la teoría, esta radiación impacta en las moléculas de CO2, se convierte en calor y este calor primero se estaciona en la atmósfera para luego regresar a la tierra, aumentando su temperatura.
Además del CO2, otros gases de efecto invernadero son: las moléculas de agua (que piadosamente no son objeto de preocupación) y otros gases como los compuestos fluorados, metano, entre otros.
Pero esta teoría no consigue explicar dos hechos fundamentales. El primero es que si el calor se estaciona a 10.000 metros de altura, ¿cómo hace para regresar a la tierra? A 10.000 metros, la temperatura está a 40 grados bajo cero y es imposible que el calor fluya desde una fuente fría a una caliente. De ser así, cuando prendemos un aire acondicionado nos moriríamos de calor.
El segundo es que el calor es energía en movimiento: el calor no puede “quedarse quieto”. Hay mucho más para argumentar, pero a este efecto es suficiente. Si los debates solo tuviesen el componente científico como elemento de discordia, el tema ya estaría zanjado desde mucho tiempo atrás.
La religión y los mitos
El ambientalismo apela a conceptos religiosos para soportar sus opiniones. Un ejemplo: las reiteradas advertencias del Papa acerca de que los humanos hemos convertido a la tierra en “una pila de inmundicias”, cuestión que en todo caso mucho tiene que ver con la polución, pero nada con el cambio climático.
El ambientalismo llama “negadores” a quienes no opinan igual, apelando a la calificación que usaba la iglesia en la época de la Inquisición. No es la primera vez que la moral judeocristiana usa el sentimiento de culpa, siempre recordando los 10 mandamientos y amenazando con el castigo de las 12 plagas del Apocalipsis. No es raro entonces que en el mundo árabe la cuestión del cambio climático no haya calado en la población.
El sentimiento de culpa ha estado, y está, como custodia de la moral. En la época victoriana se enseñaba a las mujeres que “era preferible morir antes que exponerse desnudas”. Pues bien, en ese entonces eran frecuentes los incendios en las viviendas, generalmente hechas de madera. Los hombres se iban mientras las mujeres preferían morir antes que salir a la calle en paños menores (que no eran tan menores entonces).
La moral es ese conjunto de reglas colectivas, auto impuestas por una sociedad, acerca de lo que “está bien y lo que está mal”. La ética, por su parte, es la visión individual, crítica o escéptica, de la moral. Una persona puede ser ética e inmoral al mismo tiempo.
Recordemos que ambas palabras son sustantivos y no adjetivos. La moral es la base de la disciplina en los ejércitos, de la iglesia y de las organizaciones laborales: siempre hay alguien autorizado para decir que está bien o mal. La ética, por su parte, va ganando adeptos lentamente, dando paso al libre albedrío para decidir sobre lo bueno y lo malo.
Toda sociedad organizada necesita de un conjunto de reglas morales, pero una sociedad inteligente actualiza las mismas en tanto cambia la ética de las personas. El concepto del Juicio Final forma parte de la cultura judeocristiana. Será el momento en que paguemos por todos nuestros pecados. Es fácil entonces entender como todas las versiones del tipo “catástrofe” tienen rápida aceptación en nuestra cultura.
En conclusión, la religión ha aportado una importante cuota a la aceptación del cambio climático como resultado excluyente de la actividad humana, y la cultura ha incorporado esos conceptos religiosos como verdades que ni siquiera merecen ser discutidas y para las cuales la ciencia es inhábil como medio para resolverlas.
La geopolítica y la economía del cambio climático
En 1972, en Estocolmo, se llevó a cabo la Primera Conferencia de la Tierra, creada por las Naciones Unidas. El cerebro organizador fue Maurice Strong, canadiense, dueño de una petrolera y comunista confeso. A partir de entonces, Strong abrazó la causa del ambientalismo convirtiéndose en el ejecutor del desarrollo de la organización del Medio Ambiente de las Naciones Unidas.
Brevemente dicho, Strong hizo suyo el lema de Lenin: “el capitalismo es el enemigo de la naturaleza”. Anna Louise Strong, la tía de Maurice era amiga de Lenin y de Trotsky, comunista confesa. Ya radicada en China y asesorando a Mao, llevó a Maurice quien vivó mucho tiempo allá.
“¿No es la única esperanza para el planeta que las civilizaciones industrializadas colapsen?
¿No es nuestra responsabilidad lograrlo? «
Estas palabras fueron pronunciadas por Maurice Strong, fundador del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en ocasión de la Conferencia de Estocolmo.
A Maurice lo sucedió Christiana Figueres, una mujer muy inteligente nacida en Costa Rica y adinerada. Christiana organizó la reunión de París conocida como COP21 en noviembre de 2015, y también es comunista declarada.
Desde 1972 el involucramiento de la URSS en el comité del medio ambiente de Naciones Unidas era muy importante. Ya en 1988 viendo que la caída de la URSS era irremediable (cosa que ocurrió en la navidad de 1999), Mikhail Gorbachov funda Green Hope, con el apoyo del Earth Charter (el reglamento de la Conferencia de la Tierra), y dice “los principios del Earth Charter son una nueva forma de los 10 mandamientos. Estos principios constituyen la base para la fundación de una comunidad mundial sostenible”. Es decir, la “patria socialista” o “socialistas del mundo uníos”.
¿Cómo el socialismo/comunismo pudo hacerse del poder en el comité del cambio climático de la ONU? No hay una explicación única, pero probablemente Occidente pensó que ceder el control en ese comité era “inofensivo” y evitaba que, en el reparto de poder dentro de las Naciones Unidas, la URSS pudiese alzarse con posiciones entonces consideradas más importantes en plena Guerra Fría.
Finalmente, en 1990, la ONU crea el organismo conocido como Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPPC), organismo rector en el estudio del impacto de la actividad humana en el clima.
En su estatuto el IPCC tiene como objetivo declarado “estudiar el impacto de la actividad humana en el cambio climático”. Resulta extraño que una organización de científicos adopte como “verdad científica” una hipótesis, sin antes haberla estudiado comprensivamente.
En realidad, IPCC no está formado por científicos, ya que la climatología no es una ciencia, sino una suerte de aplicación de las ciencias de la naturaleza: la física, astronomía, etcétera. Es decir que los miembros no tienen la destreza requerida para hacer ciencia, ni les es exigido por el estatuto que gobierna.
Si se abstrae de cualquier otro factor que pueda influir en el cambio climático y que no sea antropogénico, ¿entonces qué hace el IPCC?
El IPCC ha distribuido mediciones de temperatura en todo el mundo, y con estas calcula promedios y su evolución en el tiempo. Lo mismo hace midiendo las cantidades de CO2 emitidas en ciertos puntos testigos distribuidos en el planeta, y también de algunas otras variables complementarias. Aunque la mayor información sobre las emisiones no proviene de mediciones sino de estimaciones hechas en base a parámetros de consumo de combustibles para cada tipo de tecnología
Con toda esta información, el IPCC elabora modelos matemáticos que “simulan” el impacto de la actividad antropogénica en el comportamiento futuro del clima. Periódicamente, publica sus informes que muestran en modo creciente el deterioro del medio ambiente.
En 1990, el Intergovernmental Panel of Climate Change publicó su primer informe y dijo” el planeta se está calentando, y este calentamiento es en general consistente con nuestros modelos de simulación”. Una afirmación prudente.
Aún así, en su cuarto reporte realizado en 2007, el IPCC fue mucho más categórico: “es muy probable que la humanidad sea responsable del cambio climático”, pero aclara que “sigue habiendo una gran incertidumbre respecto a cómo las nubes responden al cambio climático global”.
Este reporte tuvo un enorme impacto en la economía mundial, lanzado poco antes de la gran crisis financiera de 2008. Las empresas petroleras vieron caer su valor, comprometiendo sus finanzas y aptitud para repagar sus deudas, los gobiernos de los países centrales (Europa, Estados Unidos, Canadá) comenzaron a crear enormes planes de subsidios para el desarrollo de las conocidas “energías limpias” y mecanismos de trading de CO2.
Un ejemplo es el sistema de cuotas de emisiones: si quiero poner una central eléctrica a gas natural debo calcular las emisiones y, si superan la barrera permitida, debo “comprar” limpieza mediante la adquisición de los llamados bonos verdes en el mercado financiero. Con esta medida la central está recompensando a quien está invirtiendo en “energías limpias”.
El negocio de las energías verdes ya estaba organizado y funcionando. Había tomado casi 30 años llegar a esta instancia. Ahora, veamos la actividad de algunos de los pioneros “del desastre”. Tomemos Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos cuando Clinton era presidente, quien en 2007 fue galardonado con el premio Nobel de la Paz por su lucha contra el cambio climático. Rajendra Pachauri, presidente de IPCC por 13 años, compartió el honor con Gore.
Veamos, entonces, las contribuciones de Al Gore:
Preparó una gran presentación a la que llamó “An Inconvenient Truth”, y con la que dio la vuelta al mundo exponiéndola… cada una por 200.000 dólares. Tuve la oportunidad de asistir a la que dio en el ex hotel Plaza en Buenos Aires. Con la derrota de Trump, Al vuelve a la primera plana y hace nuevas predicciones del tipo catástrofe.
Pero Al no es el único que se equivocó. Lo que sigue es un apretado resumen de predicciones de catástrofes que no tuvieron lugar. Las declaraciones de Edenhofer son importantísimas porque “sinceran” el verdadero objetivo de IPCC: cambiar el sistema económico y político mundial, y llegar a una especie de gobierno “único” (socialistas del mundo uníos).
El movimiento ambientalista comenzaba a ocupar el centro de la escena política y económica pero, para poder progresar, necesitaba contar con 2 herramientas muy poderosas: un buen negocio que sea atractivo para los emprendedores, y dinero para el activismo.
La primera herramienta se creó con la gestión de Gore y sus “road shows”, que condujo a la creación de enormes partidas de subsidios para el desarrollo de energías limpias, que ni son tan limpias ni son eficientes, pero esto es materia de otro trabajo.
La segunda herramienta, debida a la gestión de Strong, se consiguió mediante la constitución de un fideicomiso llamado Green Climate Fund, constituido en Seúl y administrado por la ONU. Los países miembros aportan al fondo, y hoy tiene más de 20 billones de dólares. Con ellos se dedican a financiar investigaciones, estudios, análisis y grupos de activistas que distribuyen la consigna en todo el mundo (Greenpeace, Extinction Rebelión).
La máquina de propaganda ya estaba formada y la causa era un excelente negocio. Los sucesivos fallos en las predicciones y la crítica de muchos científicos a la teoría del efecto invernadero hacían que al movimiento le faltara base de sustentación.
Esta base de sustentación ya estaba organizada y solo faltaba “acoplarla”: el Club de Roma, creado en 1968 por iniciativa de dos prestigiosos científicos: Stephen King y Aurelio Peccei. En 1972, y con el apoyo del Massachusetts Technological Institute (MIT), el Club de Roma publica su famoso análisis denominado ‘Los Límites del Crecimiento’. Debemos tener en cuenta que el Club se fundó en el medio de la revolución de finales de los 60s y transitó su primera etapa durante la época de los movimientos antibelicistas, consecuencia de la guerra de Vietnam.
La intención del Club de Roma jamás fue la de volcarse hacia la izquierda o de tener una posición política, pero las externalidades del momento tomaron el trabajo del Club como un símbolo del descontento social, lo que desbordó al Club.
Los Límites del Crecimiento fue abusado en su interpretación por el activismo de izquierda, que rápidamente tomó como bandera la limitación de la natalidad como modo de freno al crecimiento. De allí a abogar por el aborto irrestricto. En plena Guerra Fría, la Unión Soviética apoyó con recursos materiales e ideológicos a estos movimientos, teniendo el lema de Lenin siempre presente: el capitalismo es el enemigo de la naturaleza.
De este modo se tomaron dos grandes frentes de lucha contra el crecimiento indefinido: la socialización de los recursos naturales que llevaba a la pauperización consciente, y el control de la natalidad mediante el aborto irrestricto. Así, y sin proponérselo, el Club de Roma aportó 2 elementos fundamentales a la estrategia socialista de control del planeta.
Movimientos radicalizados operan sobre estas ideas hoy. La agrupación Kill The Child!, la recientemente electa diputada en Estados Unidos, Alejandra Ocasio Cortez, famosa por su grito de guerra ‘Kill the baby!’, o Greta Thurnberg, son algunos ejemplos.
Finalmente, se cierra el circuito: control de natalidad, restricción en el uso de los recursos naturales y miedo. Y este circuito conduce al control de las personas por parte de los gobiernos: impuestos para combatir el cambio climático, restricción al acceso a los recursos naturales y, finalmente, la instalación del socialismo como único método de gobernanza capaz de hacer frente a los desafíos que acucian al planeta. Tal como lo soñaron Maurice Strong, Mikhail Gorbachov y Christiana Figueres.
De un modo impensado pocos años atrás, se produjo una suerte de fusión entre la eficiencia del comunismo para controlar a la gente y la eficiencia del libre mercado para generar riqueza.
El cambio climático dejó de ser una cuestión de la ciencia y pasó a ser una cuestión de alta política: un vehículo para controlar a un mundo cada vez más demandante tanto de derechos como de bienes y servicios, para lo cual las formas tradicionales de la democracia parecieran no poder dar respuestas satisfactorias.
“Tenemos que sobrellevar este problema del calentamiento global. Incluso si la teoría del calentamiento global está mal, vamos a hacer lo correcto en términos de política económica y ambiental
Así lo expresaba Timothy Wirth, presidente del fideicomiso de NU. El calentamiento global ya no es la razón del movimiento, sino el canal mediante el cual captar la voluntad de las nuevas generaciones mediante el ataque a la industria de los combustibles fósiles -hidrocarburos y carbón- y a la minería.
El racionalismo
Sin el motor de la energía barata y abundante, y de los minerales esenciales para su desarrollo, finalmente Occidente estará terminado y el nuevo orden lo reemplazará. A medida que leemos esto es imposible que no nos preguntemos cómo este plan pudo haberse desarrollado con tanto éxito en Occidente, donde el racionalismo manda.
La respuesta es que el racionalismo ya no es la filosofía predominante en Occidente. Junto con los profundos cambios sociales ocurridos a partir de los 60s, se expandió la filosofía que conocemos como el posmodernismo, una corriente filosófica que se opone al racionalismo, la corriente moderna. Con fuerte influencia de Lacan, Levi-Strauss, Freud y hasta Nietzsche, el posmodernismo asigna más importancia a lo emocional e intuitivo que al conocimiento.
Es el posmodernismo el vehículo perfecto para el desarrollo de los planes del “nuevo orden”: ya no hace falta demostrar científicamente la validez del cambio climático. Ahora solamente hace falta instalarlo en la gente, especialmente en la juventud, la “percepción” de la realidad. Es por esta razón que las nuevas generaciones se despreocupan por conocer el mecanismo del llamado “cambio climático”. Basta con percibirlo como una amenaza, para que esta se vuelva realidad.
Un ejemplo muy inquietante de esta visión posmoderna de la realidad acabamos de tenerla con North Face, la famosa marca de ropa outdoor.
North Face hizo pública una carta mediante la cual se compromete a no vender más ropa a las empresas petroleras, pero la totalidad de los abrigos de la marca están hechos de fibras sintéticas, que se producen a partir del petróleo. Las encuestas demuestran que la adhesión de las nuevas generaciones a la posición de North Face es abrumadoramente alta, sin importar la utilización del petróleo como materia prima.
Las Naciones Unidas acaban de publicar un documento en el cual informan que el 1% más rico de la población mundial duplica las emisiones del 50% más pobre. Mi pregunta es: ¿el problema es el 1% más rico o el 50% más pobre?
Mi respuesta es lo segundo. Lo dramático es que haya mil millones de personas sin acceso a formas modernas de energía. En el África negra, por ejemplo, la gran mayoría de mujeres deben gastar entre 4 y 5 horas diarias a proveerse de madera o estiércol para poder cocinar. A medida que cortan la madera, deben adentrarse cada vez más en la selva, aumentando el tiempo de recolección.
Aún hay 800 millones de personas sin acceso a electricidad, viviendo en condiciones similares a las del Pre Neolítico. Pero esto no es un problema para el nuevo orden. Aunque hay mucho más por decir, conviene pasar a otras cuestiones prácticas y muy importantes relacionadas con el tema que nos ocupa.
China
Es la primera cuestión. El país tiene como objetivo declarado recuperar la posición que ocupaba en el siglo XVII en el contexto internacional: participar con el 50% del comercio internacional de bienes y servicios. China es la cara del nuevo orden: es una mezcla muy eficiente de conducción despótica con un sistema económico de libre mercado.
El avance chino hoy parece imposible de contener, y no es necesario abundar en el detalle de sus actos, importancia e influencia en África y América del Sur. La iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda es un fenomenal proyecto de expansión económica a nivel global.
En materia de energía, China utiliza todas las fuentes a su alcance en el afán de alimentar a su gigantesca economía, siempre en acelerada expansión. Por esta razón, China desarrolla las fuentes renovables de energía, junto al petróleo y al carbón. Ha hecho, además, de la industria de energías renovables una enorme herramienta de influencia y poder económico: China vende el 70% de todos los paneles solares que se instalan en el mundo. De igual forma, los financia y los instala.
China posee las mayores reservas de Tierras Raras, los Lantánidos, esenciales para la construcción de las baterías que alimentan tanto a los celulares como a los autos eléctricos. El país ha copado la producción de cobalto, otro mineral fundamental en el Congo, el país con las mayores reservas del mineral.
En su plan de expansión, China promueve activamente al populismo de izquierda, con especial éxito en América y África, pero también con creciente éxito en España, Italia y hasta Alemania.
La reacción de Occidente al avance del populismo de izquierda no es la democracia. Es el populismo de derecha, con ejemplos sobresalientes como Trump, Bolsonaro y Espert en Argentina.
Así, el planeta se va polarizando e irónicamente perdiendo el equilibrio que exigen los defensores del cambio climático. Europa tiene poderosas razones prácticas para desarrollar las energías renovables. Algunas de ellas son la declinación inexorable de la producción de petróleo y gas en el Mar del Norte, incluyendo el próximo cierre de Groningen, el mayor yacimiento de gas natural de Europa Occidental.
Ante esta situación, las alternativas de Europa son aumentar su dependencia del gas y del petróleo ruso o de África del Norte, al igual que minimizar esta dependencia desarrollando fuentes de energías alternativas.
En consecuencia, el acelerado desarrollo de las fuentes de energías renovables en Europa Occidental tiene como razón principal evitar su dependencia de países hostiles. Y esto es cabalmente aprovechado por el “nuevo orden”.
Mi opinión
A lo largo de la historia se han producido varias transiciones energéticas: de la madera al carbón vegetal, luego al carbón mineral, al petróleo y al gas natural. En el siglo XX, ingresó la energía nuclear y formas modernas de energía hidráulica.
En todas y cada una de estas transiciones energéticas hubo razones de índole económicas como fuerzas impulsoras. La nueva forma de energía era siempre más abundante, más densa y más económica, y se puede decir que esas transiciones siempre fueron hacia formas de energía de mayor calidad.
Por ejemplo, el pasaje de la madera y el carbón vegetal hacia el carbón mineral interrumpió la depredación de los bosques. En consecuencia, en el siglo XVI, el carbón era una forma de energía “buena”.
El pasaje del carbón al petróleo disparó el comercio internacional y posibilitó el desarrollo del automotor, dándole al hombre un grado de libertad jamás conocido antes. Así podemos nombrar numerosos hitos del desarrollo humano asociados a las diferentes formas de energía.
Por primera vez una transición energética tendrá lugar “contra natura”: tanto la energía eólica como la solar son formas de energía de baja densidad, aleatoriamente intermitentes y que no podrán prescindir de las energías fósiles hasta tanto no sea posible almacenar electricidad en cantidades enormes y a costos accesibles.
La única forma de progresar en el desarrollo de las energías renovables es mediante el subsidio a su producción, y el miedo para poder justificar la mayor carga impositiva que recae sobre la gente para poder solventar ese mayor costo.
Pero, aunque fuese posible reemplazar el ciento por ciento de las energías fósiles para la generación de electricidad, todavía el uso de estas energías seguiría siendo imprescindible para otros usos esenciales: la producción de acero, de plásticos o de fertilizantes, pues son bienes que no tienen sustitutos.
La polución ambiental es considerada parte del cambio climático, cuando en realidad nada tiene que ver. La polución no es el resultado de la emisión de CO2. Londres, Nueva York, Berlín, entre otros, han combatido la polución mediante el uso extendido de gas natural en reemplazo del carbón, básicamente por el abatimiento de las partículas sólidas, dentro de las cuales las de tamaños menores a 2 micrones son las más peligrosas. Santiago de Chile está registrando grandes avances en su lucha contra la polución por la vía del reemplazo del carbón y la madera por el gas natural.
Desde el punto de vista del nuevo orden, la polución no es de interés porque es un fenómeno local y no global.
La extinción de especies es otro punto fuerte en la lucha contra el cambio climático, pero la extinción ha ocurrido numerosas veces en la historia del planeta, siempre sin intervención humana. Simplemente por causas naturales. Aquellos que abogan por conservar la naturaleza, por lo tanto, deberían comprender y aceptar la extinción de especies por causas naturales: incendios no provocados por el hombre, tsunamis, erupciones volcánicas.
Siguiendo el razonamiento del ambientalismo, un incendio provocado naturalmente no debería ser extinguido, pero el hombre se adapta y lucha por conservar la especie, por lo que pelea contra los accidentes naturales. No cabe duda de que aquellos desastres ecológicos provocados por el hombre deben ser severamente penalizados.
También el ambientalismo, es decir el activismo ambiental, avanza más allá y va contra la soberanía de las naciones. Esta actitud es claramente impulsada por el nuevo orden. El incendio en el Mato Grosso ocurrido este año es un claro ejemplo de desconocimiento de la soberanía. Los países centrales “exigieron” a Brasil que solucionara el problema argumentando que el incendio les producía un gran daño a ellos. Pero esos mismos países, que hacen desastres en África a través de actividades como la minería o la extracción de petróleo, o que son responsables de la mayor cantidad de emisiones, no ofrecieron ayuda. Este es un claro ejemplo de “voltear” fronteras, el sueño socialista, que Brasil resistió muy dignamente
Desde su aparición hace unos 500.000 años, el hombre se ha encargado de modificar al planeta para poder sobrevivir. En el Pre-Neolítico, antes de aprender a dominar el viento, las aguas y descubrir el fuego, el hombre solo vivía para recolectar frutos y cazar animales para su supervivencia. En consecuencia, no producía excedentes de bienes que le permitiesen dedicar tiempo y esfuerzo a otra cosa que no fuera alimentarse.
La invención del fuego, la capacidad para construir una vivienda, el dominio de las aguas, permitieron que el hombre genere excedentes de alimentos y abrigos, y así comenzó el comercio mediante el trueque.
Este arduo camino impidió, durante miles de años, que se desarrolle la especie humana. Los desastres naturales, las pestes y la hambruna obraban como “termostato”, manteniendo muy baja la cantidad de habitantes. Este camino de adaptación y aprendizaje no se ha interrumpido y hoy continúa.
El hombre necesita diariamente entre 2.000 y 3.500 kilocalorías provistas por los alimentos, unos 2 litros de agua y 14 de aire. Además, como consecuencia de su metabolismo, él mismo produce energía. De toda la energía captada, unas 1.600 kilocalorías se pierden como calor (equivalente a una lámpara de 75 W). De la energía restante, una parte se usa en los procesos químicos, un 10% es expulsa como desperdicios, y el resto se consume en la actividad nerviosa y mecánica.
El rendimiento medio del ser humano varía entre 10% y 25%, según el tipo de trabajo, si lo vemos como una máquina. La fuente primaria es el sol y el combustible primario el hidrógeno, que al convertirse en helio pierde masa, con generación del equivalente térmico.
Los datos más arriba expuestos son inmodificables. El hombre no tiene la capacidad de alterar esos parámetros, por lo que debe adaptarse a los cambios para sobrevivir.
Sin dudas, la vida es evolución en complejidad creciente.
Desde un punto de vista termodinámico, la Tierra es un sistema cerrado: intercambia energía, pero no materia con el mundo exterior. La Tierra recibe energía en forma permanente del sol. Es el sol y nada más que el sol la fuente de energía del planeta, y el gran causante de todos sus cambios.
El hombre no tiene la capacidad de modificar el sistema planetario. Solo su egolatría puede hacerle creer que tiene tal poder.